Cuando
intentamos explicar o contar algo a alguien, buscamos hacernos entender.
Aunque, a veces damos por hecho que quien nos escucha o lee sigue el hilo de
nuestra idea, nuestros pensamientos, sin darnos cuenta, que aún compartiendo
las mismas experiencias… cada cual obtiene su percepción. Lo que le puede
llevar a conclusiones distintas, incluso opuestas a las de uno. Esto fue lo que
me ocurrió con mi anterior entrada, pero como tengo la suerte de contar con un
lector muy crítico que siempre atina en señalar hacia el lado indicado, pude
ser consciente del punto de vista de cualquier lector que, de pronto, se topara
con dicha entrada.
Quise
utilizar este blog, para plasmar las ideas que estaba adquiriendo a través del
Budismo Zen, para afianzar lo que iba ocurriendo en mi interior y, si de paso,
lo leía alguien y le era útil pues “miel sobre hojuelas”. Pero claro, si te
cuestionas que alguien puede leerlo… ya tienes que tener cuidado con lo que dices.
Por tanto creo que es mejor explique un poco el tema.
Empezaré
apuntando que mis conocimientos de Budismo Zen son prácticamente inexistentes.
Por tanto, sería un atrevimiento por mi parte, expresarme con los términos
utilizados en el Budismo Zen. Lo que aquí escribo, es en base a mi experiencia,
con lo amplio de nuestro vocabulario, aunque con las trabas de intentar
explicar algo que cuando crees entender… se te escapa y es por lo que me decidí
a escribir en este blog sin eludir al Zen, con un lenguaje de andar por casa.
Dicho
esto, reflejaré aquí el párrafo que puede llevar a equívocos:
“Si
nos aceptamos sin más, nos daremos cuenta que parte de ese todo que “somos”…
está, porque existe la otra parte, y esto nos lleva ha verlo de un modo en el
que terminamos amándonos sin condicionarnos. No existe, en ello, resignación ni
conformidad, por el contrario… se pone en marcha el mecanismo de
transformación”.
Esa
transformación de la que hablo, surgió en mi cuando comencé a leer sobre el
Budismo Zen y en conversaciones mantenidas con mi amigo Maikeru Tenshi. Fue
como cuando algo esta en las profundidades y, de pronto… emergiera para decirte
que siempre estuvo ahí, aunque no lo vieras, no lo aceptaras, solo pensaras,
que la cuestión estaba, en que tus prioridades eran distintas a las de los
demás y por ello, te veías distinto. Esto hizo que mis pensamientos se fueran
transformando para llegar a descubrirme.
Al
principio fue un camino difícil y desconcertante. Aunque, a la vez, sentía por
primera vez que estaba donde quería estar y que siempre había estado donde
tenía que estar. Fue como cuando estas intentando ver algo oculto en la
penumbra y, de pronto… se ilumina para que lo descubras. Y descubres, conoces y
reconoces, te inquietas y desconciertas para después ir poniendo todo en su
sitio y darte cuenta que es mejor desaprender lo que has ido acumulando en tu
mente en ideas, etiquetas, comportamientos, adecuados o no, miedos,
sentimientos positivos o no. Pues todo eso es solo útil para interactuar con
los demás y tu entorno.
Te das cuenta que todo es mucho más sencillo de cómo
nos lo planteamos.
Descubres que todo… todo son tus pensamientos, las ideas que
vas formando en tu mente, durante años, ideas que te condicionan, te llevan a
temores y van mermando todo aquello que “eres”. Porque esas ideas nacieron por
algo pasado, que te termina condicionando no solo en un futuro, lo peor… en
cada instante.
Esa
es otra de las cosas que descubres que cada momento de existencia es lo único
que tienes y cuando lo estas pensando… ya no lo tienes y es el siguiente
momento, lo sabes desde siempre pero aún no estaba en la superficie. Cuando
prestas atención a ello con conciencia del verdadero sentido… es cuando, en tu
mente, surge la transformación, cómo lo ves todo ahora, cómo sientes, cómo
vives todo.
Exactamente
a esta transformación es a la que hacía referencia en mi anterior entrada. No
significa que, por “arte de magia”… me transformé en algo especial o distinto.
Lo que se transformaron fueron mis pensamientos, lo que me llevó a descubrirme.
A
su vez, aquel descubrimiento me llevaba a una gran inquietud interior, quería
saberlo todo ya, y quería que lo supieran todos, quería transmitir la ilusión y
alegría que me asaltaba.
Fueron
mis pensamientos, mis ideas, mi perspectiva la que cambió. Necesité recorrer
aquel camino para terminar dándome cuenta que no hay nada que transformar
porque siempre estuvo ahí, que no hay nada que decir a los demás porque los
demás llegarán a ese punto, cuando sea su momento.
Que todo… todo solo son
ideas y que no puedes dejar de tenerlas, no puedes dejar de pensar, pero sí
puedes “darte cuenta” tener conciencia de todo y de todos para ir
descubriéndote y aceptándote. Para terminar llegando a una conclusión: que nada
de todo lo que fui descubriendo … es útil, porque forma parte de algo ya pasado
y en cada instante solo se “es” solo tienes que hacer, deshacer, sentir, soñar,
amar, enfadar, protestar, atender, vivir.
¿Te
das cuenta que todo lo que he nombrado son verbos?
¿A qué conclusión llegas?
“Somos” porque solo existe la acción. Eso somos y lo único importante es
aceptar, aceptar lo que sucede tal como… sucede, no hay más. Ni transformación,
solo en tu forma de verlo todo ahora, ni inquietud, pues todo son ideas y ya no
eres presa de ellas, las aceptas y dejas que pasen. Queda la calma a la que
accedes al descubrirte y aceptar.